Plañidera, diosa de los tábanos y el desconsuelo, la Llorona; como algunas aves de la espesura, jamás cesa en su canto fúnebre, aunque, intente olvidarlo atraída por el silencio de las cañadas, por el tejido invisible de las mariposas en el aire de los ríos. Algunas noches, incluso lo intenta, rodando las ventanas de las aldeas. Allí se detiene, perdida en el dolor y la sombra, mientras escucha las guitarras, las voces que con aroma de aguardiente y tabaco ahuyentaban el alba.
Dama de hiel, vagabunda del alarido, la Llorona tiene cualidad de espejismo. Algunos, la han contemplado con el lamento infanticida, bella como antes del maleficio. Otros, con el rostro de calavera, los ojos ardientes, el pelo alborotado y el quejido que sacude la montaña.
Cualquiera que sea la aparición, nadie desea ver a la Llorona. Basta con reconocer el olor, el grito desesperado, para saber que algo terrible se esconde en la maleza.

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FIN
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